«SI NOS MATAN, SACAREMOS LOS BRAZOS DE LA TUMBA Y SEREMOS MÁS FUERTES»*

Editorial

Por Anita Martínez, Directora Revista Ahora Nosotras

Desde 1981, cada 25 de noviembre, conmemoramos el día internacional de la erradicación de la violencia hacia las mujeres. No es un día al azar elegido por la ONU, sino uno que el mismo movimiento feminista, en el I Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, determinó como tal, en homenaje al  cruel asesinato de las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal bajo el régimen dictatorial de Rafael Trujillo.

Este 25 de noviembre no fue la excepción para nosotras. Hicimos convocatorias a lo largo de todo Chile para exigir no más violencia hacia las mujeres y recordar a «Las Mariposas». Sin embargo, este año fue paradójico, mientras nos reunimos a marchar, falleció el futbolista Diego Maradona y de un plumazo no sólo perdió protagonismo esta conmemoración, sino que fue intercambiada por una idolatría que escondía bajo la alfombra los casos de violencia de género cometidos por el futbolista a lo largo de su vida.

Este hecho abrió también importantes preguntas en torno a cómo influyen los feminismos en la valoración de los ídolos ¿Quién merece ser considerado un ídolo o qué estamos dispuestas a perdonarle a un referente en pos de su postura política o su origen de clase?

Lo cierto es que la interpelación que realiza el movimiento feminista a la izquierda, relativa a dejar de considerar esta lucha como secundaria, también reaparece en este caso, pues nos permite notar cómo la única consistencia ideológica que pareciera exigirle la izquierda a sus ídolos es una relativa a su origen de clase, lo que sería suficiente para perdonar u omitir todo ¿Qué tipo de proyecto político se erige sin considerar las vidas o el tipo de violencia que atañe de forma sistemática a más de la mitad de la población? y ¿Por qué pareciera ser que una vez más los derechos de las mujeres suelen ser una moneda de cambio o caer en la absoluta irrelevancia frente a otros postulados?

Luego vinieron los argumentos relativos a cómo un determinado referente puede reflejar de forma tan patente la historia de un pueblo, lo que parecía razón suficiente para que concluyamos que la izquierda puede fácilmente renunciar a lo que espera o desea solo por abrazar y complacerse con lo que es. Por eso busca justificaciones en la similitud de su ídolo con el propio relato de su pueblo, intenta no solo comprender esas heridas sino que las justifica sin problematizarlas ni intentar imaginar un futuro en el que quien es admirado/a es alguien que, en lo que deliberadamente hemos circunscrito como «lo personal», también asume los principios políticos que perseguimos, entre los que está, por supuesto, una vida libre de violencia.

Por otro lado,  es criticable que para erguir ídolos nos quedemos con una versión tan limitada de la historia y del pueblo. En la que sabemos no han tenido cabida por siglos las mujeres, quienes han sido omitidas y violentadas. No están en ningún libro de historia aún cuando conformen más de la mitad de ese pueblo y este descanse bajo su incansable trabajo. Más allá de quién sea el referente, la interrogante es también sobre la historia que queremos contar a las generaciones futuras ¿Será una idílica o una respetuosa de los principios que nos queremos dar y reconocer para vivir vidas más humanas? Creemos que el feminismo, cuyo propósito es la  emancipación, ha de luchar siempre por lo segundo.

Finalmente, es importante que hagamos de esta coincidencia una oportunidad para reflexionar en torno a cómo podemos colaborar en remover patrones de violencia de género que están completamente normalizados y que se enseñan desde la primera infancia y esta responsabilidad no nos atañe solo como individuos sino que también a la sociedad que estamos construyendo, una que condena los 49 femicidios de este año en Chile y que recuerda que un 25 de noviembre fueron asesinadas tres mujeres que lucharon incansablemente contra una dictadura y que hoy y siempre estarán en nuestra memoria.

* Título parafraseado en honor a la frase de Minerva Mirabal al responder a las amenazas de muerte del dictador Rafael Trujillo