Opinamos
Por Javiera López Layana, dirigenta social Lo Espejo
En un septiembre con memoria y en el marco de la campaña por el plebiscito de este 25 de octubre que nos permitirá conquistar una Nueva Constitución, la Unión Demócrata Independiente (UDI) utilizó la emblemática frase “El Derecho de Vivir en Paz” de Victor Jara para invitar a la ciudadanía a votar por el Rechazo.
De acuerdo a datos oficiales, de los 1.682 fallecidos que llegaron al Instituto Médico Legal en Santiago, entre el 11 de septiembre y fines de diciembre de 1973, 890 personas fueron muertas a consecuencia directa del Golpe Militar, de los cuales muchos aparecieron en la vía pública, expuestos a la población.
El uso de esta emblemática frase por parte de un partido que fue cómplice y precursor de la violación sistemática de los Derechos Humanos durante la dictadura de Augusto Pinochet es un insulto a la inteligencia de los vecinos y vecinas que precisamente en la comuna de Lo Espejo encontraron el cuerpo de Víctor Jara durante el 16 de septiembre de 1973.
Tras las torturas a las que fue sometido en el Estadio Chile, su cuerpo fue hallado por pobladoras y pobladores del sector -junto al de otras cuatro personas como el director de Gendarmería de la época, Littre Quiroga-, quienes advirtieron del abandono de los cuerpos en las líneas del tren aledañas al Cementerio Metropolitano ubicado en la Avenida Clotario Blest.
Luego de esto y tras el resto de persecuciones, atropellos y crímenes de lesa humanidad que continuaron durante 17 años, un dolor permanente quedó grabado en el cuerpo, en los sueños y en la memoria de los sectores populares de este país. Lanzar cuerpos en el espacio público se aplicó como política del miedo en las periferias por parte de la dictadura militar. Era una advertencia del poder imperentante para atemorizar a la población.
La instalación del miedo, el desbaratamiento de todo tejido social alcanzado gracias a la organización de nuestros abuelos y abuelas y la llegada del neoliberalismo en comunas como las nuestras hizo de la desconfianza su mejor aliada para desestimular los vínculos de antaño. Con este caldo de cultivo, la segregación se hizo una costumbre en una de las comunas que posee peor calidad de vida en todo el país.
En el año 2015, gracias a la organización de vecinos, vecinas y diferentes organizaciones sociales de la comuna, el lugar donde fue hallado el cuerpo del cantautor fue declarado Monumento Nacional en la categoría de Monumento Histórico. Pero eso no basta en materia de políticas patrimoniales y de reparación. El Estado chileno y nuestra municipalidad liderada por el alcalde Miguel Bruna tiene una deuda tremenda con la memoria de Víctor Jara. Basta recordar que en el año 2018, el memorial sufrió graves daños producto de que la empresa constructora Tecsa S.A con la autorización del municipio utilizó este sitio como basural y tiradero de escombros, bloqueando su acceso y vulnerando la memoria de Victor Jara.
A 47 años del golpe de Estado y a pesar de que algunos sectores políticos de este país, como la UDI o nuestras autoridades locales deseen borrar con el codo la memoria de pobladores y pobladoras, las nuevas generaciones que habitamos y hacemos vida en las periferias de la gran capital somos conscientes de la responsabilidad que tenemos en nuestros hombros y no cederemos en sus intentos por relativizar nuestra historia.
Tras el uso de este verdadero himno, algunos gremialistas como el diputado UDI, Javier Macaya, declararon que esta canción “no debería ser parte de ningún sector político o ideológico”. Sin embargo, quienes habitamos en la comuna de Lo Espejo cuidaremos y defenderemos el legado de Víctor Jara en nuestro territorio para que “el Derecho a Vivir en Paz” se haga carne de una vez por todas en nuestras vidas. En el marco del proceso constituyente y a casi un año de la primavera de octubre, donde nos levantamos precisamente contra esa desigualdad de un Chile para ricos y para pobres nuestra memoria será la mejor herramienta para construir el futuro que anhelamos y para que nunca más existan víctimas de la violencia estatal Victor Jara, Littre Quiroga y tampoco de hoy como Fabiola Campillai o Gustavo Gatica.
Por Verónica Matus, feminista y abogada de la Universidad de Chile
y económicas. Así ha ocurrido en los últimos siglos y ahora en pandemia. En el campo y en las ciudades, en la crisis de los años 30, en las huelgas sindicales, en las tomas de terreno, en general mientras duraba el conflicto que les daba origen.
Las Ollas Comunes son una respuesta colectiva y organizada que surge en sectores populares que son golpeados al extremo de no contar con la alimentación básica, en ellas se desarrollan procesos de participación, de construcción de identidades y de solidaridad. Las Ollas Comunes de los 80 surgen cuando han transcurrido casi diez años de dictadura militar y un 30 por ciento de la población vive en condiciones de extrema pobreza.
Son tiempos difíciles, las mujeres chilenas resisten desplegando su acción organizada en la defensa de los derechos humanos, cocinando en comedores y en ollas comunes para espantar el hambre y la pobreza, en grupos de salud, de cultura, agrupaciones de trabajadoras y profesionales, de distintas edades, sectores sociales, militancias políticas. El movimiento feminista, diverso y plural, sale a la calle bajo el lema “democracia en el país y en la casa”, las mujeres expresan resistencias, rebeldías y deseos de libertad y justicia.
Las Ollas Comunes tienen una característica principal: están constituidas por mujeres. Aunque han sido caracterizadas como organizaciones de subsistencia, son organizaciones de resistencia de las mujeres. Las pobladoras, salen de la casa a cocinar con las vecinas, comparten entre pares y despliegan su creatividad para obtener recursos, se organizan colaborativamente para encarar la adversidad. Los deseos de las mujeres dan lugar a prácticas nuevas: conversar, divertirse y aprender personal y colectivamente.
Las Ollas son una escuela de aprendizaje, participan en talleres y escuelas con mujeres de colectivos y ONGs y así se relacionan con el movimiento más amplio de mujeres y con el movimiento feminista. Abordan los temas que les interesan: las relaciones con los niños y la pareja, la violencia intrafamiliar, la sexualidad, procesos de identidad que las llevan a hacer las conexiones entre el autoritarismo del dictador y el patriarca en la casa.
La presencia de mujeres en épocas de crisis es una constante. Salen de la invisibilidad del espacio privado, se manifiestan en lo público y participan activamente en el proceso político del país. No obstante, pasada la crisis al volver a la normalidad vuelven a ser invisibles. El silencio sobre las vidas y experiencias de las mujeres oculta prácticas políticas que desde siempre han contribuido a su desarrollo como sujeto social.
Necesitamos memoria.
Tina, Romi, Raquel y Lala hoy día son abuelas. Vivieron el Golpe del 73, la represión en los campamentos y poblaciones, la cesantía y el miedo. Entonces, ellas eran jóvenes, recién iniciaban la vida en pareja y tenían hijos pequeños. Recuerdan la necesidad y el hambre que las llevó a las Ollas Comunes en los años 80. No había leche para las mamaderas, ni plata para el pan.
Había mucho trabajo: recolectar la leña, conseguir los fondos y salir a pedir a la feria. Sopas de hueso, porotos granados y muy de vez en cuando había pollo. Temprano en la mañana encender el fuego, para tener leche para los niños a las ocho y después cocinar para tener listas a las 12 las trescientas raciones, todos los días. Y después dejar los fondos limpiecitos y las mesas “sopladas” para el turno del día siguiente. Había que conseguir recursos y para eso los fines de semana hacer empanadas y berlines y luego venderlos. Había discusiones en las reuniones pero al final se arreglaban.
Cuentan de las múltiples actividades que nacieron en torno a las ollas y lo mucho que aprendieron. En la conversación la memoria vuelve a reuniones, talleres, convivencias, paseos a la playa, equipos de fútbol, a un mundo de historias compartidas, amistades y afectos. La experiencia de trabajo, organización y solidaridad entre mujeres las llevó a sacar la voz, a respetarse y aprender a defenderse. Después del 90 cuando se cuenta la historia de la dictadura nadie se acuerda de las Ollas Comunes.
Comparan su experiencia con las Ollas de hoy en medio de la pandemia. Es que este es otro país. Hay hambre y cesantía. Son Ollas más “pitucas” dicen; hay pollo, la gente retira su ración y se va a su casa. Hay menos colaboración. La gente está sin trabajo y endeudada, piensan en su problema. Ya no hay la solidaridad de entonces. Era distinto, afirman. Ahora hay algunas que tienen apoyo de la Municipalidad, antes los vecinos colaboraban.
Cocinar en lo público ha sido una forma de hacer política de las mujeres. Es la política de lo cotidiano. Las mujeres de las Ollas de los 80 lo saben.